
Esta es una historia real, me la contó no recuerdo quién ni cuándo, pero de lo que estoy segura es que es real. Un amor inmenso y perpetuo, un amor de esos que ya no existen, de esos que sólo nuestros abuelos son capaces de de recordar y contar vívidamente por haber sido participes de él.
Él era un chico tímido, callado, con una inteligencia semejante a la del rey Salomón. Su cuerpo delgado se movía con gran elegancia, cada paso que daba era sinónimo a la más perfecta nota musical, sus ojos color esmeralda iluminaban todo cuanto tenía a su alrededor, sonreía poco, pero cuando lo hacía deslumbraba y hacia alucinar a cualquier mortal. Él era su gran amor.
Ella dulce, amable, siempre sonriente, tenía la capacidad de contagiar a cualquiera de esa chispa de alegría y avivamiento que la caracterizaba. Su voz era una melodía, y sus ademanes representaban la más fina composición lirica.
Se conocían desde niños, ella aunque menor que él, se enamoró perdidamente de aquel larguirucho que la estremecía de pies a cabeza sólo con mirarla. Ella era deseada por todos, pero esa no era su prioridad, ya que su gran delirio nunca la miró con ojos de amor. Sufría callada, solo su almohada se enteraba de sus dolencias y pesares, pero nunca perdía la esperanza de poder materializar su sueño de ser amada en la misma media en que ella lo hacía. Un día se armó de valor y le confesó a su amado sus sentimientos, él sólo asentaba con la cabeza y sorprendido le tomó la mano y le confesó que el también en algún momento sintió lo mismo, pero que ya no, al escuchar esto su corazón palpitó tan rápido que parecía un potro desbocado, de detuvo y luego se fragmentó en mil pedazos. Lloró noches enteras, vivió días amargos.
Pasaron los años y las circunstancias los separaron. Él partió a otro país, ella trató de buscar refugio al lado de otro amor, pero le fue imposible, aquel viejo amor seguía tan vivo como el primer día, la esperanza de ser querida seguía latente en ella.
Él no fue tan afortunado en el amor, entregó su corazón pero fue herido una y mil veces, él volvió a ella deseoso de recibir aquel amor desinteresado que le fue ofertado en alguna ocasión, bordeó mares, cruzó fronteras, escaló montañas, solo para llegar a los brazos de ella.
Ella lo recibió con los brazos abiertos, sin reproches, sin rencores y lo amó de tal forma que los días no eran suficientes, las noches eran cortas, las mañanas inalcanzables, su amor era desmedido, lo amó hasta que le dolió, lo amó hasta que su corazón dejo de latir, lo amó por siempre.